Por Manuel Estévez

Han sido tristes las muertes de Facundo Cabral, Amy Winehouse y Joe Arroyo, las primeras por sus circunstancias, la última por la importancia que este intérprete tuvo, principalmente, en la vida de los colombianos mayores de 30 años. En este mundo de artistas inmediatos y de modas pasajeras donde un chico luce intelectual leyendo las boberías de Crepúsculo ¿Qué va a suceder cuando se mueran los McCartney, los Bowie o los Dylan? ¿A quién vamos a recurrir? ¿Qué discos vamos a esperar?
Encontrar nuevos artistas interesantes es toda una labor y se deben buscar en sellos independientes. Se venden sencillos comerciales para nuestro iPod y cada vez menos esfuerzo para la cabeza; un concepto, un arte gráfico o un estante lleno de discos son cada vez más un instante en el pasado, un lujo burgués y para muchos una tontería.
Llevamos un mes de fotos en Facebook. Lágrimas y poéticas declaraciones de admiración para artistas que no nos tocaron. En mí caso respeto a Cabral y Amy Winehouse y lamento su muerte pero su música no fue de mi gusto. Admiraba mucho a Joe Arroyo, en los años 80 aprendí a escuchar su música y creo que es el artista de Colombia por excelencia. Sus ex compañeros de la legendaria Colombia All Stars los de mostrar, en la salsa y el latin. Por mencionar a algunos al pianista Joe Madrid habría que fundirle una estatua y grabarle 10 telenovelas, a los maestros Gabriel Rondón y Fruko hay que homenajearlos en vida.
Para cerrar esta reflexión, veo un futuro de premios a la novela del Joe y el “tributo” de todos los “artistas” que fueron influenciados por su obra. La permanente comparación de Winehouse con Janis Joplin y blah, blah, blah… Facundo en murales de bares “bohemios” junto a Chaplin, Héctor Lavoe y Kurt Cobain y yo hablando de lo buenos que eran los artistas de antes que grababan discos, influían sobre la cultura popular, les hacían telenovelas malas y que todo tiempo pasado fue mejor. Que chocho me estoy volviendo.
