Por Daniel Bonilla

Pocas películas del cine español reciente han despertado tantos amores y odios a la vez. De Balada triste de Trompeta se ha dicho desde su lanzamiento a finales del 2010 que es posiblemente la mejor película española de todos los tiempos, pero con la misma intensidad se ha afirmado exactamente lo contrario, es decir, que es una de las peores. Lo único cierto en esta polaridad de opiniones es que dicha encrucijada solo podrá resolverse para cada quien después de verla y decidir por propia cuenta. Esta entonces es una invitación para quienes aún no se han asomado al universo narrativo particular del director bilbaíno Álex de la Iglesia, creador de un cine desmesurado, bizarro y enigmático que ha dado de qué hablar, para bien y para mal, en las últimas dos décadas. Por supuesto, también lo es para todos aquellos que ya conozcan algo o mucho de las películas de este español y deseen de nuevo solazarse en sus excesos visuales tan comunes en él desde sus primeras producciones Acción mutante y El día de la bestia, por allá en los primeros años de la década de los noventa.
Balada triste de Trompeta es una metáfora y un experimento arriesgado que sigue la línea del cine expresionista alemán sobre todo por sus planos desenfocados y antisimétricos que dan la sensación constante de estar inmersos en una pesadilla, de no saber dónde termina la realidad y empieza la alucinación. Y es que para este caso De la Iglesia escogió tratar uno de los puntos más sensibles de la historia española: la guerra civil y la posterior dictadura, que dejaron a la sociedad española de la segunda mitad del siglo XX atravesada por una marca profundamente dolorosa, una cicatriz que aún supura de vez en cuando. Pero lejos de hacer un drama histórico, Álex de la Iglesia enmarca todo en el conflicto de dos payasos de un circo miserable que luchan por el amor de la misma mujer, y prefiere recurrir a lo grotesco para poner el dedo en esa herida que continúa abierta en la memoria del pueblo español.
La recurrencia a los payasos no será una novedad para quienes hayan tenido la oportunidad de seguir la carrera de Álex de la Iglesia. Recordarán, por ejemplo, la secuencia final de la película Crimen ferpecto de 2004, en la que la moda payaso se toma las pasarelas, o a Nino y Bruno, protagonistas de Muertos de risa, que encarnan unos ridículos personajes de comedia trágica. Pero también son payasos los trabajadores del poblado Texas-Hollywood de 800 balas empeñados en salvar su particular universo de ficción y enfrentarse a la multinacional devoradora que quiere desalojarlos para construir un parque de diversiones allí mismo. La payasada, en el caso de Álex de la Iglesia, no solo es la posibilidad hacer reír a un público expectante sino constituye toda una redención a través del ridículo. Es también la única posibilidad para soportar este mundo demente y hostil, como sucede en la novela Payasos en la lavadora que De la Iglesia publicó por 1997, un viaje interior alucinante, que raya en el delirio, del escritor en paro Juan Carlos Satrústegi donde queda al descubierto el absurdo de la vida contemporánea y donde no tenemos más remedio que ser el payaso que recibe la torta en la cara sin misericordia.
Balada triste de Trompeta estará durante los próximos días en la cartelera de cine bogotano y es mejor tarde que nunca (se estrenó en España hace algo menos de dos años). Sea también este el lugar para hacer un llamado de atención a los distribuidores para que no dejen de traer la más reciente película de Álex de la Iglesia, La chispa de la vida, una radiografía de la actual crisis económica en la que está sumida España y que tiene a muchos de sus ciudadanos al borde del colapso. En tiempos difíciles el cine se convierte en una de las mejores formas de redención y esta película es una buena muestra de ello. Resulta paradójico, por no decir contradictorio, que La chispa de la vida haya sido estrenada en la más reciente versión del Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias, FICCI, y aún no tengamos noticias de ella en nuestras salas de cine a pesar del aplauso unánime de la crítica. Pero bueno, esas son las dinámicas de la industria y tenemos que asumirlas como vengan.
Por lo pronto, celebremos una vez más la vigencia de este director de culto que con toda seguridad debe estar ya trabajando en algún nuevo proyecto porque no es un secreto que por su cabeza no paran de rondar historias que quieren ser contadas, historias que, como ratas en un naufragio, buscan siempre la manera de salir aunque sea de manera atropellada. Ya luego tendrán oportunidad de organizarse y tomar forma con el concurso de los pertinaces lugartenientes que hacen parte de los equipos de producción, y así, el buen Álex de la Iglesia seguirá mostrándonos que no hay mejor manera de soportar este tránsito hacia el abismo que reírnos de nosotros mismos y alcanzar la sabiduría en una blasfemia y una carcajada macabra.
