Por Manuel Estévez
@sonoadicto
Cuando era niño vivía una dualidad económica/social. El abuelo se había marchado de la casa detrás mujer más joven y nos había dejado en una amplia casa en chapinero. Sector que para ese momento empezaba a decaer a pesar de su arquitectura europea y anterior abolengo.
Mi familia vivía completa (ocho hermanos) apretada en la casa. Compartía la cama con mi mamá o mi abuelita, según el día. Frecuentemente había que fiar en las tiendas para el diario. Mi mamá por ser la más estable laboralmente asumía un papel de padre de todos.
Aunque era un lujo comer queso, jamón o pollo asado, teníamos contratada por días a Obdulia, una señora que ayudaba con los quehaceres. Su esposo trabajaba como extra en las novelas y a veces pasaba días sin oficio. Obdulia me parecía rara, siempre con una bata azul rey de laboratorio, decía que las cazuelas no se debían lavar porque había que aprovechar sabores anteriores.
Estaba el perro Sultán, vivía en el patio y lo sacaban muy de vez en cuando. Era de raza Chow Chow y mi tío se ufanaba de que era muy bueno para la pelea, al grado de haber matado a un pastor alemán alguna vez en el Parque Nacional. Este dorado amigo vivía de las sobras del almuerzo.
En esa época no había esa variedad de ofertas de supermercados. Cafam era la primera opción, Carulla cuando había dinero y Febor para comprar el pan en las tardes. Recuerdo los roscones frescos con arequipe y bocadillos, que buscábamos sobre las 5 pm en la 63 con 16, hoy SAO.
Mi mama fue la primera en comprar carro. Ese Renault 6 blanco que no sólo rebasaba los 60 kms por hora cuando alguno de mis tíos lo llevaba para algún mandado tuvo muchos años de utilidad, hasta que un problema eléctrico lo sacó de circulación. El pichirilo fue cómplice para ir a cenar al cream helado de la caracas (primer restaurante que recuerdo con servicio al auto), ir a Unicentro a comer perro y helado y aventurarse a los limites de la autopista norte.
La puerta del garaje siempre estuvo caída y cerraba y abría con mucha maña. Se aseguraba con una tabla como de metro y medio en las noches. La baranda de las escalera duró como década y media suelta tras una pelea entre mis tíos y siempre que uno se paraba al lado alguien gritaba: “no se vaya a recostar”.
La primera en marcharse fue mi tía Aura, se casó con una gringo y se radicó con él en su país. Luego – no recuerdo el orden exacto – mi tío Víctor, violinista dedicado, vio su oportunidad en Europa. Mi tío Rafael se casó y se fue, lo siguió mi tío Pablo.
Todo esto rememoré viendo Roma. Una especie de Stranger Things pero de sucesos mexicanos que seguramente no son tan atractivos como ver el copete alf, los pantalones bombachos o escuchar a los smiths en casete. Creo que es, primero, un recordatorio de lo que realmente somos como latinos, seguramente un mexicano tendrá muchas mejores referencias de lo que en la película sucede.
Añado que visualmente es una obra de arte. Su fotografía, iluminación y planimetría son exquisitas y están plenamente inspiradas en épocas artísticamente muy dotadas del cine mexicano. Desde la presentación de los créditos huele a clásico.
La dirección de arte es un logro destacable. Ropa, utilería, carros, todo finamente planeado y calculado. En un conjunto extremadamente simbólico y acertado que no dejo nada por fuera.
Recorre pasajes de la cotidianidad mexicana que incluso nos tocan como colombianos. Las marchas estudiantiles, el temblor, los vendedores ambulantes, los barrios marginales, la migración campesina a las ciudades, los políticos populistas, la independencia femenina, el elitismo, la lucha de clases, incluso el trato a las mascotas.
Roma también muestra como a los ricos les vale verga la clase trabajadora, sin importar el esfuerzo o sacrificio que esta pueda hacer por ellos. Es un documento de denuncia social que sutilmente conceptualiza al respecto. Cleo es llevada ‘de paseo’ como premio de consolación, de paseo pero a trabajar.
Me cuesta trabajo creer que la gente asegure que no pasa nada, cuando todo el tiempo está pasando de todo. Alfonso Cuarón nos narra por momentos hasta dos historias por plano. Es una historia de la gente, de la vida cotidiana, del crecimiento de una ciudad y que seguramente habría que investigar minuciosamente a esa Ciudad de México del año 70 para comprender plenamente.
Su ritmo no es lento. Creo que lastimosamente nos hemos acostumbrado a maravillas del cine gringo que a tres actos nos has esquematizado el gusto. Esta funciona a muchos más actos y otros niveles que afortunadamente logre interpretar a mi estilo.
