Por Manuel Estévez
@sonoadicto.

No existe cielo sin infierno. No hay días de júbilo sin otros de monotonía. Desde niño el ciclismo de ruta me ha emocionado, más ahora que lo práctico casi a diario como una postura politica.
Me preocupaba asistir al Tour Colombia y desbordar mi emoción al punto de hacer caer a un participante. Confieso, practiqué el Allez Loulou para animar a Julian Alaphilippe . Llegó el día del paso por Bogotá. Salir en bicicleta fue la mejor opción.
La idea inicial era subir con mi novia en bus al punto de llegada en el alto del Verjón. Había que hacerlo muy temprano y por temas familiares no se pudo. La lógica indicaba que quedaríamos prisioneros allá por varias horas hasta que los pedalistas llegaran y luego ver si había cómo bajar. Lo mejor resultaba ir a un punto estratégico, no tan arriba.
La Perseverancia fue el punto escogido. El legendario barrio obrero del centro oriente bogotano. En lo personal me daba curiosidad por saber cómo estaba el sector donde habíamos tenido casa hace años; quizá pasar por la mítica, gastronómicamente hablando, plaza de mercado y sobre todo ver cómo sube un profesional las paredes que tiene por calles.
Es inimaginable la emoción que se siente cuando uno va subiendo, casi desfalleciendo y recibe el aliento del público. Ayer lo viví. Créanme, no había experimentado algo así. Una inyección de energía y alegría inmensa y profunda.
Lo mejor fue encontrar un barrio vestido de tricolor. Cuatro generaciones de bogotanos felices esperando paciente pero ansiosamente el paso de la caravana. Cualquier ciclista aficionado, policía o carro de la organización que pasaba era vitoreado.
Faltaban 10 minutos para medio día. El sol en la cima del universo nos recordaba hidratarnos pero nada nos movería de ese lugar. Cada cierto tiempo alguien con radio gritaba por donde venían. El reloj parecía no avanzar. La gente reía, dichosa entonaba canciones como Colombia Tierra querida. Fiesta absoluta.
De pronto un señor aulló emocionado: !vienen en la sesenta con séptima¡
Motos, carros y mucho bullicio nos hicieron preparar las cámaras y la garganta. De pronto, de la curva surgen por izquierda los uniformes del team Ineos y por derecha solitario pero firme el joven Sergio Higuita. Esta era la punta de un lote de unos 30 corredores que lideraban la prueba, tras capturar al escapado Félix Barón, un poco antes.
Grité en apoyo a Higuita, me concentre en eso, no vi quienes más venían en ese lote. Con diferencias pequeñas empezaron a pasar los pedalistas rezagados por las rampas del parque nacional, los 2600 metros de altura y los 24 grados de temperatura.
Alaphilippe pasó con tres fanáticos escoltas que lo animaban corriendo a su lado. Iba tranquilo y muy contento por el cariño de la gente. “Allez Loulou” grité guturalmente. Tras de él venía el campeón Luxerburgués Bob Jungels, quien seguro también oyó su nombre desde mi garganta.
La gente miraba el uniforme y así no supiera el nombre les daba fuerza por el nombre del equipo. Brasil, Rusia, Ecuador, todos aplaudidos, apoyados. Un miembro del equipo Israel pasó con una cámara. Nos grababa en la dura subida. Un recuerdo eterno en una tierra lejana que sin conocerlo le quería ver triunfar.
“Tejay, Tejay” le grité a Van Garderen, eterna promesa del pedalismo gringo que han dicho tendrá en este su año. Justo detrás venía Lawson Craddock, héroe en el Tour de Francia 2018 que corrió accidentado y pudo terminar. Ambos piezas claves del triunfo de Higuita.
Álvaro Hodeg pasó sin sabor “coteño”. Iba muy serio y sufriendo. Lo miré y en persona es un niño grande. El joven no transitaba en su terreno y además debía estar molesto pues Juan Sebastián Molano le ganó tres etapas en su especialidad: el sprint.
Y así pasaron los carros, las motos de distintos medios, los pedalistas. Toda la caravana. El resultado final de la carrera no importaba tanto. La fiesta había sido completa, total. Las calles oscuras, usualmente tildadas de peligrosas, estaban llenas de una luz especial. Los líderes comunales habían logrado que su centenario barrio, fundado para los trabajadores de Bavaria en 1912, resaltara por algo más que la inseguridad y los jugos de fruta.
La reflexión es sencilla. La gente que no es olvidada, a la que se le permite estar alegre y se le integra, responde con gratitud. La Perse brillo con luz propia. El ciclismo le dio redención. Gracias a los egipcios por juntar dos ruedas y un palo.

