Por Andrés Castañeda

La película Un varón comenzó como un ejercicio de memoria para Fabian Hernández, su director. Su primera pregunta fue ¿Por qué quiero ser malo? Pero cuando uno sale del teatro, la pregunta que te queda como espectador es, ¿entonces, que es ser hombre?
Conocemos a Carlos, un joven que se debate entre ser el macho que se requiere para sobrevivir en las calles de un barrio marginal del centro de Bogotá, o rebelarse y ser el mismo, pero teniendo que soportar la violencia de un entorno hostil que no perdona la debilidad.
La película sigue una tendencia ya instalada en el cine colombiano de contar historias de la marginalidad con actores naturales. Sin embargo, en esta ocasión, el énfasis reside en una masculinidad envenenada que sirve de subterfugio para sobrevivir en un mundo agresivo, haciéndose patente en los personajes.
El joven acaba de salir de un internado para jóvenes en Bogotá. No tiene a donde ir; su madre está en prisión y su hermana nunca lo ve por qué pasa la mayor parte de su tiempo trabajando como prostituta. Aquí, no hay padre. Así que, sin tener otra opción, recurre a sus amigos del barrio para poder entrar a una pandilla. Su trabajo es vender droga al menudeo en un barrio marginal del centro de la ciudad.
Carlos es Felipe, un bailarín de breakdance que Fabian Hernández conoció en el barrio Belén mientras asistía a un concierto de rap. Al verlo bailar con tanto ímpetu y pasión en medio de chicos más grandes y fuertes que él, supo que tenía al actor para su película. Entonces se llevó a Felipe y su grupo de amigos bailarines para contar una historia de jóvenes atrapados en medio de la violencia callejera de un barrio decadente. Un relato que está construido a partir de las historias personales de Felipe y Fabian.
Pequeño y flaco, de apariencia andrógina. Eso hace ver a Carlos aparentemente débil frente a los demás, por esta razón se esconde detrás de camisetas grandes y anchas de futbol americano. Es de pocas palabras y de mirada desconfiada, un tanto esquivo. Su actuar es agresivo, no puede dar papaya porque eso implicaría graves consecuencias en el barrio.
Las calles que recorre la cámara son las mismas que vieron crecer a Fabian, por eso grabar en ese lugar es algo muy orgánico para él. Allí vivió la violencia y soñó alguna vez con ser un malandro como los que aparecen en la película. Pero la vida lo llevo por otro camino, el cine.
Es diciembre, ya se acerca el día de navidad, y Carlos no quiere estar solo esa noche, pero cuando nadie lo ve, llora, luego se seca las lágrimas y se dice a sí mismo: los hombres no lloran. Solo la música lo anima un poco, el rap es la banda sonora de su vida.
Con una iluminación que recuerda a las calles del sucio New York de los 70 en Taxi Driver, y una atmosfera que rememora la tradición cinematográfica de Víctor Gaviria, Un varón vuelve sobre una temática ya conocida en el cine nacional, pero que se resiste a morir. Es una propuesta conservadora que, aunque es sincera no se arriesga, ya que necesita ser menos naif. La película sugiere muchas cosas, pero no termina de ser clara con lo que quiere decir, lo cual se refleja en unos personajes demasiado contenidos.
En esta historia no hay lugar para el amor y el malandro no es un héroe romántico, de hecho, no hay lugar para la esperanza. Un varón es el recorrido de unos jóvenes sin padre cuyo único destino es la violencia. La poética del pesimismo en una película que se autocompadece de su propia realidad, y que no ofrece salidas.
Rodada en barrios del centro oriente de Bogotá como San Bernardo, el Santa fe, el Voto Nacional, La Estanzuela y Las Cruces, Un varón se alimenta de un sentimiento de ciudad que se siente en la gente que la habita y que muy pocos se atreven a admitir, el nihilismo. Es por ello que no se le puede culpar de dejar una sensación de negatividad a una película que intenta hablar de una ciudad gris, donde el principal reto es no perder la esperanza.
