Por qué odio los listados de fin de año

Por Daniel Bonilla

Fotografía tomada http://robcoxxy.deviantart.com

No me gustan los listados de fin de año. Alguna vez funcionaron porque quienes los
hacían recibían una jugosa comisión para promocionar libros, discos o películas de
moda. Pero hoy en día cualquiera puede hacer su listado personal y no sé con qué fin.
¿Para que los contraten en las grandes revistas (no tan grandes desde que internet
llega primero a los lectores), en los grandes sellos disqueros (que ya casi no existen) o
en las grandes casas editoriales (que siguen existiendo pero a quién le importa)?

En alguna época resultaba placentero abrir el periódico (de papel) y sentarse,
acompañado de un café y con las gafas a medio poner, para confirmar que
efectivamente había cumplido con los requerimientos de la industria cultural, y si
no había leído, escuchado o visto todo lo que allí estaba consignado y listado con
exquisitez, me aprestaba a recorrer librerías y discotiendas, o buscar presuroso
compañía para ir al cine o a la tienda de alquiler. Hoy en día, desde que termina
Halloween, fecha en que oficialmente comienza la navidad, apenas enciendo el
computador me bombardean con listados, me siento casi como un minusválido,
casi alcanzo a percibir el dedo que me acusa por no estar al tanto de las movidas.
Y los críticos, poseedores de la palabra mayor, deben competir con los legos que
pululan por todos los rincones de las redes sociales, que quieren quitarles la palabra y
profanarla.

Todos ellos que han mancillado el noble ejercicio de los mandatos de la prensa
cultural me hacen pensar que extraño esas épocas felices cuando me decían lo que
debía hacer y comprar, o incluso, lo que debía decir para estar a la vanguardia. Ahora
no, ahora el ciudadano de a pie me dice lo que me perdí este año impunemente, ahora
son demasiados los que me esputan en la cara mi desconocimiento absoluto del
mercado de bienes culturales. Yo, que solo quiero sentarme en la comodidad de mi
casa a ver una serie de televisión, pero ¡por Dios! la televisión privada también es una
torre de babel en la que me pierdo sin poder seguir la pista de nada porque ya no creo
que sea capaz de estar pendiente de los avatares de una u otra serie de actualidad.

Ahora mismo, alguien que no conozco, me está obligando a acudir a su librería
porque como las editoriales independientes se emanciparon, nueva oferta llega a
los anaqueles y hay que correr para ser los primeros en disfrutarlo y recomendarlo
con quienes aún no acceden a tal o cual joya. Ahora mismo, un sello discográfico

independiente me etiqueta en su listado de los discos del año y aprovecha para
presentarme –tamaña coincidencia y desfachatez– a sus colegas del gremio. No
puedo soportarlo. No puedo aceptar que las mismas armas que nuestras queridas
multinacionales usaban ahora se hayan vuelto contra ellas.

Antes era divertido hacer listados, de lo que fuera, para ser publicados en la prensa
escrita o comentados en radio o televisión; hacerlo dejaba en el aire cierta sensación
de superioridad por saber lo que otros no saben y estar allí para decirlo sin que nadie
lo haya preguntado. Había algo de prestigio en esa insigne labor y hasta significaba
réditos con las damas. Hoy no, hoy todos tienen su jodido listado bajo el brazo y
observo con horror que donde antes reinaban el orden y la unidad de criterio, ahora
todo es anarquía, no existen voces oficiales, y todos pueden influir en mis compras
de navidad. Bueno, eso siempre ha ocurrido, el voz-a-voz fue y será siempre una de
las mejores armas publicitarias, pero ahora que toda la gleba se ha insubordinado y
dado cuenta que no necesita de la aprobación de nadie para decir lo que quiera, los
hacedores de listados verán menguadas sus entradas a fin de temporada, y eso es lo
que en el fondo más me duele.

Por todo eso odio y evito los listados de fin de año, porque alguien tiene que decir con
vehemencia NO a la confusión, al caos y a la habladuría de cualquier hijo de vecino
sobre temas en los que no son admisibles miles de posiciones diversas. Alguien
debería alzar la voz y publicar en las redes sociales listas negras de los peores listados
del año para que no sean consultadas y así reivindicar las oficiales, las serias, las que
son producto de un trabajo concienzudo y una investigación seria provenientes de
las salas de redacción en los grandes periódicos y desde las mesas de trabajo de las
nunca suficientemente ponderadas emisoras del FM. Pero un momento, ¿listados de
listados? ¿Qué clase de exabrupto es ese?

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