Una Soledad Criminal demasiado ruidosa

Por Daniel Bonilla

1280 Almas. Fotografía Gina Navarro.

Para qué nos sirve recordar. Pregunta, sin duda, difícil de resolver. Muchas veces no sirve más que para traer de vuelta el dolor y el sufrimiento y estar amarrado a ello sin remedio y para siempre. Pero no tiene que ser necesariamente de esa manera, los recuerdos a los que estamos amarrados bien pueden prescindir de la obligación de martirizarnos. Y en un país como el nuestro, tan cargado de recuerdos dolorosos, es imperativo un ejercicio de alegría, porque con la tristeza también se puede reír y si podemos reír a carcajadas estamos salvados, aunque no lo merezcamos.

Lo que estas corrientes palabras van a relatar es una historia personal que empezó hace veinte años, una historia con banda sonora, mejor aún, es la historia de una banda sonora. Posiblemente sin algunas de esas canciones, la vida podría ser mejor, o peor, nadie lo sabe, pero hoy, pasado todo este tiempo, si hay algo que agradezca de haber nacido en este país, en esta ciudad, es haber tenido la fortuna de conocer una banda llamada 1280 Almas.

No sé exactamente cuándo empezó todo. Y mejor así, las buenas historias siempre tienen comienzos que no se recuerdan con certeza pero esos orígenes refundidos en el tiempo lo único que logran es que inevitablemente los elevemos a la estatura de un mito. Fue por allá en los tempranos años noventa, yo era un adolescente desubicado (permítaseme el pleonasmo), algo inconforme con la vida que se me había presentado y me gustaban las chicas, sobre todo aquellas que nunca se fijarían en mí. Era solitario como muchos, como todos, creería. Finalmente nada de lo que ocurra alrededor de la vida de un jovenzuelo es suficiente, siempre todos hemos querido comernos el mundo pero nunca con los recursos a la mano para hacerlo.

Y apareció la música, con toda su potencia, con todas sus respuestas a las preguntas que ocupaban la cabeza por ese entonces. Pero en mala hora aparecieron los programas de videos, y digo que en mala hora porque ver cómo lucían esos ídolos de la radio fue a un mismo tiempo su derrumbamiento. Esos que yo admiraba no se parecían a mí, eran guapos, usaban ropajes de cuero, se maquillaban, nadaban en dinero y todas las mujeres estaban locas por ellos. Recuerdo alguna vez, viendo un video de una de esas bandas, una canción romántica, de esas muy comunes a finales de los ochenta, yo estaba en un asadero de pollos al que iba al atardecer a ver el programa de videos porque en mi casa no se podía, ya que primero estaban otro tipo de actividades más edificantes, como ver las noticias o la novela.

Esa noche tuve mi primer divorcio con la música, muy rápido por demás, aquello que significaba un instante de libertad, se veía ahora ante mí como una nueva forma de dominación. Esa noche miré a mi alrededor, miré la ropa que llevaba puesta, miré las calles de mi barrio, y para mis adentros, dije que aquello no era lo que yo estaba buscando, eso no contenía las respuestas que necesitaba. Fue un momento oscuro porque uno de los acontecimientos más duros para cualquier muchacho puede llegar a ser la caída de sus ídolos. Pero había que ser fuerte y por un par de años tocó fingir, porque una cosa era no estar del todo conforme con aquello en que se ha creído y otra era quedarse sin amigos. La música, a pesar de ella misma, permitió que hiciera lazos, débiles al comienzo, pero con el tiempo sólidos como acero. Todos ellos andaban en las mismas que yo, supongo, y nuestros primeros comercios y búsquedas fueron precisamente de casetes y discos, aún no compactos, eso vino después de un par de años. Lo que yo me encontraba por ahí lo compartía con los amigos, ellos hacían lo propio.

Una noche como muchas, en una de esas conversaciones habituales sobre música, uno de esos colegas del barrio me dijo que había escuchado por ahí una banda como chévere. Esa banda se llamaba 1280 Almas, y ese nombre me quedó resonando. Veinte años después aún resuena. La vida es una tómbola extraña y azarosa, el hermano menor de ese amigo, que tenía por aquel entonces 6 ó 7 años, va a tocar (o tocó, depende de cuándo lea usted este artículo) con las Almas en su concierto de lanzamiento del nuevo disco.

Mientras tu novia en el baño se pierde de ruta

Y empecé a recorrer la ciudad, esta ciudad que es un infierno, y que en 1993 lo era mucho más, y por todos sus rincones se escuchaba un himno clandestino, todos cantaban al unísono una canción que decía más de Bogotá y sus calles oscuras de lo que cualquier gobernante de turno o algún periódico pudieran decir. Era una Bogotá sórdida, dura, enferma, sin piedad, que devora a cualquiera, y en esa ciudad todos estábamos solos, criminalmente solos, porque la línea que divide la virtud del horror acá es demasiado delgada.

Una noche a finales de 1993, durante mi último año de bachillerato, quedaron registradas para siempre en un casete, un par de canciones que sonaron en la radio, era un programa especializado, por supuesto, las Almas no sonaban en las emisoras comerciales por aquel entonces. Soledad criminal y La ciudad de los monstruos se convirtieron casi en mantras para conjurar todos los males y tratar de comprender en algo el caos del entorno cercano. Esa emisora, ese programa en particular que se transmitía los domingos a altas horas de la noche, que yo escuchaba con religiosa frecuencia, rifaba de vez en cuando revistas y discos, y yo siempre andaba presto para agarrar el teléfono y llamar, siempre en baja voz porque un domingo en la noche todos en casa dormían. Y sí, gané algunas cosas, una de ellas una revista donde venía la letra de una canción de Pearl Jam que guardé con algún recelo durante un tiempo.

Y el grado del colegio llegó, y con ello algunas obligaciones. Había que ponerse a estudiar para ser alguien en la vida. Ese muchacho en el que la familia tenía cifradas algunas esperanzas, debía tomar una decisión cuando no tenía idea de cómo era eso. Finalmente entré a la Universidad Nacional a estudiar matemáticas, nueva vida, nuevos amigos, y un rumor que retumbaba en las paredes de los edificios de esa universidad. Por supuesto, ese era el territorio de las Almas, todos hablaban allí de ellos, en las cafeterías, en los pasillos, su presencia era mítica, parecía que en cada rincón sus canciones se escuchaban entre clase y clase. Pero no vayan a creer ustedes que ellos eran el arquetipo de los chicos populares que tenían una horda de grupies y falsos amigos adulándolos para que les dejaran entrar a un concierto o les firmaran sus discos. No, ellos eran estudiantes como los demás, como usted o como yo, y andaban por ahí, iban a clase, trasnochaban para hacer trabajos y se emborrachaban como todos. Además, no tenían discos grabados, solamente un tímido casete titulado acertadamente Háblame de horror que circulaba de mano en mano como un tesoro preciado y que no se conseguía en las tiendas del Centro cuando alguna vez lo fui a buscar. Creo no equivocarme si afirmo que son más las copias caseras que se hicieron de ese disco que las oficiales.

Pero en buena hora, una de mis compañeras de la carrera, tenía el casete original, y yo tenía la revista con la foto de Eddie Veder que ella quería. El intercambio fue simple, rápido, sin arrepentimientos. Lo bueno de eso fue que, además del casete, ella me contó que las Almas ensayaban en el Planetario Distrital y que organizaban conciertos cada tanto. Y allá fui a parar más de una vez, solo, con apenas lo del bus, a escuchar esa canciones que me decían que a pesar de la miseria y el dolor siempre es posible gritar alegría, que me decían que yo no quería unos ídolos del rock excelentemente ataviados o en el peor de los casos, muertos, callados para siempre. Esa banda que empezó como un grupito punk estaba ahí, en frente de mí, y eran como mis hermanos mayores sin que lo supieran, me daban consejos para la vida y me invitaban a divertirme.

No te queremos aquí, estamos hartos de ti

En la Nacional no seguí. Las matemáticas y yo tuvimos un rompimiento muy fuerte, el problema era que fracasar en una carrera universitaria, en mi particular situación, parecía el acabose, no había mucha opción en mi familia de pagar una carrera en una universidad que no fuera pública, y yo no quería ser profesor ni tampoco seguir estudiando nada que tuviera que ver con las matemáticas. Dos cosas alumbraron el camino, vi a las Almas estallando en ese primer Rock al Parque abriéndole a la banda mexicana Fobia y ese día pensé que estos tipos eran muy grandes. También, al final de ese 1994, recibí la noticia del nuevo álbum, Aquí vamos otra vez se llamaba y no hay testigos que lo corroboren, pero ese solo título inyectó toda la fuerza necesaria para soportar lo que se vendría, porque yo estaba otra vez solo, deambulando por calles sin muchas opciones, abandonado, pero con una música siempre allí, y yo cantaba y estaba vivo y sabía que en algún momento todo podría ser mejor. 1995 fue el año en que las Almas no me dejaron morir, y hay una cuota muy grande de agradecimiento por ese regalo que ellos, sin saberlo, me hicieron. Así que los empecé a seguir a donde iban, de sur a norte y de oriente a occidente. Mi mandíbula aún desencajada data de un concierto en el polideportivo de Kennedy cuando me lancé de la tarima haciendo slam dance y alguien me recibió con un puño cerrado. No importó, había que seguir bailando porque era lo único que podía sostenerme en ese momento.

Las vueltas de la vida me pusieron en la Universidad Javeriana, esta vez a estudiar Literatura, y como esta historia no sería nada sin sus pequeñas mitologías, llegué a la misma facultad y carrera en la que estudiaba Juan Carlos Rojas, el bajista, el “gordo” de cariño para los que lo conocen. Y hay que decirlo con todas la letras, mis nuevos compañeros se parrandeaban las canciones de las Almas y yo con ellos, en fiestas interminables. Muchos más conciertos tuvieron mi presencia en esa época, y como si fuera poco, uno de mis grandes colegas de salón de clase, había estudiado en el colegio con Pablo Kalmanovitz, el baterista de los primeros años. A él lo vi años después en una feria de libro comprando libros de matemáticas que yo vendía trabajando como vendedor de una prestigiosa editorial.

Échale un ojo a tu padre trabajando

Ese buen amigo alguna vez me dijo, en medio de los tragos, que si yo me llegaba a morir, pondría en mi funeral Por ti, tal vez la canción de las Almas que más me ha hecho llorar, porque es una canción que habla de la hermandad, del dolor compartido, de sufrir sin traicionar y de morir de pie por lo que uno cree. Espero que él no se haya olvidado de esa promesa, yo no la olvido.

Y he aquí que llega uno de los puntos altos de esta historia. Las 1280 Almas hicieron un concierto en mi casa. Sí, así como suena, en mi casa. No fue fácil llevarlos pero allí estuvieron, un par de meses después de ese increíble concierto que hicieron para lanzar La 22, uno de los mejores discos que se han hecho en este país por banda alguna. En una de mis primeras empresas fallidas, me asocié con un amigo del barrio para abrir un bar de rock que funcionaría en una bodega que mi padre había construido cuando tener una casa grande no era rentable para nadie. De mi antigua casa de infancia, quedaron locales y bodegas que se usaron para diferentes usos comerciales. En una de esas, con mi amigo, le propusimos a mi padre que nos alquilara el local para poner un bar. Él no hizo buenos ojos ante semejante propuesta pero al final lo convencimos. Lo siguiente era conseguir un buen número para inaugurar Corrosión, que así llevaría por nombre el mentado sitio. La solución llego de inmediato, mi amigo y yo coincidimos en que lo mejor sería llevar a las 1280 Almas a tocar al barrio, ellos habían estudiado en Kennedy, cerca de nuestro barrio, también en la Universidad Nacional, ellos mismos eran unos tipos del barrio, como reza la canción de salsa. No parecía que habría problema para que ellos aceptaran tocar en un nuevo bar que se abría al sur de la ciudad.

Hicimos las llamadas necesarias y pudimos contactar a Juan Carlos quien muy amablemente nos atendió en el sitio donde ensayaban, en Chapinero. Pero ese día apareció la primera traba para poderlos contratar. Juan Carlos nos dio una cifra imposible para estos primerizos comerciantes. Le dijimos entonces, con algo de esperanza, que lo único que podíamos ofrecer era que la banda obtuviera la mitad del importe por las entradas que, si no estoy mal, en ese momento fue de cuatro mil pesos con derecho a una cerveza. No hubo negocio esa vez y mi amigo y yo salimos derrotados. Incluso mi amigo de la universidad, excompañero de Kalmanovitz, me prometió en medio de una borrachera, intentando aplacar la furia por el fracaso, que no me preocupara, que él me iba a regalar ese concierto de las Almas en mi casa para mi cumpleaños. No fue necesario porque semanas después nos llamaron y aceptaron tocar por la oferta que les hicimos con la condición de que les diéramos el sonido. Además, ellos llevarían su banda telonera, Sagrada Escritura, una banda de ska de existencia más bien efímera.

Todo quedó listo para que el sábado 6 de septiembre de 1997, las 1280 Almas se presentaran en el bar Corrosión de la localidad de Bosa. Hicimos boletas, afiches y pancartas para recibirlos como se merecían, incluso la tarima en la que se subieron fue hecha por nosotros mismos. Una botella de ron fue obsequiada a la banda por la administración. Mi padre de vez en cuando salía a vigilar que todo estuviera en orden y que no hubiera muchos porros rondando por ahí. Los amigos del barrio llegaron en tropel, otros tantos, amigos míos de la universidad, conocieron Bosa por primera vez, mi padre se tomó un par de cervezas y la banda hizo uno de sus mejores conciertos. Al lugar le cabían 200 personas, esa noche hubo 300. Estaba recién salido La 22 y ese día sonaron canciones como Ectoplasma, El olivar, Ya verás que sí, El platanal, Por ti, slam incluido, Marinero, Espíritu burlón y muchas, muchas otras. Yo sabía que ese día perderíamos dinero porque no éramos buenos contables, pero no importó, ellos estaban allí, en ese mismo sitio que me vio crecer, y esas canciones allí interpretadas fueron algo muy cercano a la felicidad.

Las pérdidas de esa noche impidieron que continuáramos con el negocio, así que esa noche quedará en la memoria como la velada inaugural de un bar que nunca llegó a abrir sus puertas, pero que será irrepetible e inmortal en los corazones de muchos. Ese amigo es el que conforma la otra mitad de la banda que se presentará (o se presentó dependiendo de cuando esté leyendo usted esto) con las Almas en su concierto de lanzamiento de Pueblo Alimaña. Eso quiere decir que hay algo de justicia poética en toda esta historia.

Devuelves el disco para escuchar dónde está el mensaje subliminal

 Al año siguiente, 1998, llegó el nuevo disco, Changomán,y, al parecer, las 1280 Almas pintaban para ser la siguiente banda colombiana en ser reconocida internacionalmente. Después de La 22 hicieron un disco sólido, con canciones memorables que eran cantadas a tope por sus fans en cada concierto. En esa época ellos deambulaban por la Media Torta como si de su casa se tratara. No sé ya cuántas veces escalé esa cumbre para oírlos y poner mi puño izquierdo arriba y gritar alegría como si no hubiese un mañana.

Pero había algo que no estaba bien y eso sería confirmado algunos años más tarde, la banda estaba pasando por una crisis en gran parte porque este tercer disco con una gran disquera no los tenía conformes, no por la música, sino porque se sentían amarrados a las decisiones de los burócratas de las casas musicales. Las Almas siempre fueron una banda de rock, pero no unas estrellas del rock, y la disquera al parecer quería sumirlos en ese mundillo de las pasarelas. A eso ellos dijeron que no y después de Changomán retornaron a la independencia. Un retorno difícil, pero algo que agradecemos todos los que nunca los vimos renunciar a sus principios ni caer de rodillas por convertirse en lo que criticaron desde el comienzo. Todo mi respeto para ellos porque nunca sucumbieron ante los embelecos del glamur y el dinero y la falsa idolatría de las emisoras juveniles. No, ellos son de esa rara estirpe de los que prefieren renunciar a la gloria para estar para siempre en la memoria de sus verdaderos amigos.

Recomenzar fue duro, las Almas callaron y no por poco tiempo. Los conciertos menguaron y pocas noticias había de ellos. No sé si en ese momento consideraron acabar la banda, pero muchos teníamos la esperanza de que aparecieran de nuevo para romperla arriba del escenario.

Un buen día llegaron los carteles por la séptima anunciando un nuevo concierto de las Almas, esta vez para lanzar un EP titulado Bombardeando. Los huérfanos éramos recompensados de nuevo. Ese disco era el anuncio de lo que se vendría el año siguiente, 2004, el retorno a la independencia y el final de una sequía prolongada.

Arriba Tomás que todavía estás vivo

La noche del lanzamiento de Sangre rebelde; estoy hablando, si la memoria no me falla, de diciembre de 2004, acudí solo como muchas otras veces. El asunto era en un bar por la séptima con 27 y tuve que esperar como tres horas en la fila, ansioso pero preocupado, porque no tenía ni idea de cómo regresaría a casa después del concierto. Allí me encontré con un colega de la universidad con el que jugaba fútbol y esa noche ya no tuve que estar solo más. Dos horas de concierto, el nuevo disco entre mis manos y al final dormir en una cama que no era la mía porque efectivamente todo terminó tarde y no había dinero para el taxi de regreso. Como siempre, eso no era lo importante, la vuelta de las Almas era digna de celebrarse.

Una y otra vez, durante meses, escuché ese disco de carátula roja y blanca, y confirmé que sí, que yo era un tipo de sangre rebelde y que así como tantos años atrás, el espíritu se mantenía intacto. Había crecido, había pasado por las penas del amor, me hice padre de un pequeño al que amo y que aprendió a cantar las canciones de las Almas, y cuyo primer caballito de madera lleva por nombre Tomás, como el de la canción. El pequeño Santiago pasó sus primeros años siendo fan de las 1280 Almas, cantando y bailando con su padre Zona de candela, Arriba Tomás y Sangre rebelde.

Coincidió el lanzamiento de Sangre rebelde con mi entrada como programador a Javeriana Estéreo, y ellos fueron siempre referencia obligada en mis programas de rock colombiano e iberoamericano. Por esa época los invitamos, con mi jefe de entonces, a dar una entrevista, porque creíamos que era necesario un homenaje a una de las bandas colombianas más emblemáticas. En esa entrevista estuvieron invitados Fernando del Castillo y Ximena del Toro, mánager por ese entonces, quien no habló pero me prometió por interno una camiseta para mi hijo con el tiburón de Sangre rebelde estampado.

Además de la emisora, yo andaba en otros proyectos diversos. Hacía talleres de cine con usuarios de la Biblioteca El Tintal, coordinados por mi novia de ese entonces, la mujer que más he querido en toda mi vida, un amor que tuvo a las Almas como banda sonora. Como parte de esos talleres empezamos a trabajar en un documental sobre el rock bogotano que nos llevó a un concierto de las Almas en la Universidad Distrital. Allí los abordamos al final y registramos algunos testimonios que nunca fueron utilizados porque no nos alcanzaron las ganas ni la paciencia para editar y montar el documental. Ese material todavía anda guardado en alguna repisa a la espera de salir a la luz.

Nunca saludaré tu cochina bandera

Luego vino la otra entrevista en Javeriana Estéreo, fue un sábado, en vivo, estuvimos con el Mono y Fernando y allí estrenaron Surfeando en sangre con tan mala fortuna que la canción salió pisada por otra durante unos segundos, así que si usted grabó ese programa en 2009, sepa que la primera vez que sonó dicha canción en radio constituye una versión de coleccionistas.

La última vez que fueron a Javeriana Estéreo, hace un par de meses, simplemente hice de puente, porque no pude estar en la entrevista. Por allá estuvieron contando una vez más su historia, anunciando el lanzamiento de su nuevo disco y diciendo “aquí estamos”, o mejor aún, “Aquí vamos otra vez”.

Por mi parte, últimamente, cada vez que me entero de algo sobre ellos sonrío, porque sé que seguirán vigentes, parrandeando por varios años más. Pueblo alimaña ha inyectado de nuevo ese espíritu rebelde que nunca han abandonado. Lo lindo es ver que veinte años después siguen siendo queridos por su gente, todos cantan sus canciones, las emisoras finalmente se decidieron a pasarlos y ellos pueden seguir diciendo lo que les da la gana sin dar concesiones al mercado o a las multinacionales. Han sido incluso mencionados en una gran novela escrita por uno de los escritores más prometedores de este país.

Por supuesto, mucho de este periplo personal con las 1280 Almas queda sin contar, y mejor así, siempre será preferible que haya huecos en la historia porque así se erigen las leyendas y somos todos nosotros los que las hacemos crecer con el tiempo. Por lo pronto lo único que deben saber es que mi vida no hubiera sido la misma sin la alegría que las Almas me han regalado y que me siento justificado y feliz por haber sido perseguido por ellas durante veinte años, los mismos años en los que he seguido su pista y cantado sus canciones. Así que, sin más remedio que la alegría, sean todos bienvenidos de nuevo a bailar con el ritmo desenfrenado que el diablo nos mete dentro, porque a la parranda no debes de buscar razón, no es cosa de la cabeza, es del corazón.

7 comentarios

  1. Que buen escrito…. solo los que llevamos las letras de las almas tatuadas en el alma y recreadas por nuestras historias personales entendemos la magnitud de sus obras musicales en nuestras vidas, y por ende, de esta buena reseña. ALEGRIA!!!!!

  2. «Han sido incluso mencionados en una gran novela escrita por uno de los escritores más prometedores de este país.», a que escritor haces referencia?

  3. Todo quedó listo para que el sábado 6 de septiembre de 1997, las 1280 Almas se presentaran en el bar Corrosión de la localidad de Bosa » Suceso que efectivamente que aun recuerdo cada vez que escucho un tema de las almas, » Que chimba ese día «

  4. Me gustó mucho tu crónica; me sorprendí mucho pues al igual que tu trabajo para Javeriana Estéreo, no te conozco y supongo que tu a mi tampoco y eso es lo de menos… pero esto que escribes me llegó al Alma!! pues para mi las 1280 son lo más (pues no se ni como decirlo) de Colombia, a mis 15 años no hacia sino perseguirlos a sus toques, algunos me los perdí pues era imposible para una chiquilla llegar a algunos sitios, pero logré muchos otros y bueno no fui tan afortunada de tenerlos tan cerquita como lo lograste tu. Recuerdo un toque en la Hamburgueseria de Úsaquen, ese fue el más privado de los toques que vivi con esta gran banda.

    Hoy este post no solo me alienta como fan que soy de su música, sino de la música hecha en nuestro país, porque así es que se rescata la memoria de eso bueno que tenemos, con un granito de cada uno en espacios como este blog.

    Bien, no me dejo ganar más por la alegría que me da haber encontrado esta publicación así que gracias a ti por compartir tu experiencia!

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