Ana Rosa, una mujer amputada y olvidada

Por Manuel Estévez
@RevistaSono

Ana Rosa Gaviria fue una mujer alegre, que tocaba el piano, cantaba y era cariñosa. Tras enviudar joven crió a cuatro hijos a punta de vender arequipe y dictar clases de música. A la edad de 53 años fue sometida a un procedimiento de lobotomía. Ahora su nieta busca desenmarañar su historia, la cual lleva oculta muchos años.

Nuestra protagonista nació en la ciudad de Mariquita en 1904. No se le permitió estudiar sino hasta los 15 años, como era costumbre de la época. A los 17, mientras ella navegaba en un barco por el río Magdalena, Eduardo Villar la vio, se lanzó a nadar detrás de la embarcación, la alcanzó y le propuso matrimonio. La diferencia de la espigada adolescente con su galán era únicamente 16 años.

Según las estadísticas presentadas en la película el 85% de los pacientes a las cuales se les practicó lobotomía fueron mujeres. Era considerada la cura más apropiada para problemas mentales y de comportamiento. El procedimiento, muy sencillo, consistía en romper por la frente o la órbita ocular y con un instrumento cortante dividir el lóbulo frontal del resto del cerebro. Esto inhibe capacidades de expresión, opinión y decisión. En muchos casos fue una condena a un estado mentalmente disperso y con nula afectividad. Tras la intervención Ana Rosa olvidó cómo tocar el piano y se hizo difícil hablar con ella.

Los procedimientos psiquiátricos para calmar y re-socializar a los pacientes incluían electrochoques, comas diabéticos inducidos con dosis alta de insulina o inyecciones en las piernas de químicos muy dolorosas que doblegaban la voluntad. La investigación en medicamentos cambió estás prácticas indignas e invasivas.

La documentalista colombiana Catalina Villar, nieta de Ana Rosa, se puso la misión de descubrir quién fue ella, qué llevó a que su familia tomara esa decisión, porqué nunca nadie habló de ella. En el camino halló varias verdades detrás de este cuestionable tratamiento médico inventado por el Premio Nobel Antonio Egas Moriz en 1936.

Villar termina contándonos una historia incómoda, llena de recovecos, dudosos procedimientos médicos, descarado ocultamiento de información, manejo de influencias, secretos familiares y empatía selectiva. Es una película muy dolorosa. Como dice uno de los médicos entrevistados: «hay cosas que no deben volver a suceder jamás».

La investigación de Catalina no fue ligera. Desnudó el machismo enquistado, el aislamiento social a quienes se consideraban diferentes, procedimientos clínicos recetados a ojo, y la vergüenza soterrada de los doctores que vivieron esa época y los hijos de los reconocidos profesionales que practicaron estas atrocidades hasta hace relativamente poco tiempo.

La lobotomía era un proceso en el cual los intervenidos podían morir o quedaban viviendo en una nebulosa permanente. Hombres de ciencia prestigiosos la apoyaron en su momento, directamente aplicándola para hacer más dóciles a las mujeres cuando éstas no estaban en la horma de la sociedad. Quizás esta fue la historia de Ana Rosa, pero como su influyente familia la borró del mapa nunca lo sabremos.

No se la pierdan en la Cinemateca de Bogotá y otras salas seleccionadas en varias ciudades de Colombia.

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